jueves, 16 de junio de 2016

Alusiones al Quijote de 1615 en la narrativa galdosiana

María del  Prado Escobar

Se cumple este año el cuarto centenario de la muerte del autor del Quijote. Aprovecho pues la ocasión para reflexionar una vez más acerca del nunca desmentido interés que suscitaba en Galdós la gran obra cervantina, aunque ahora voy a analizar solamente ciertos ecos del Ingenioso caballero perceptibles en las Novelas españolas contemporáneas.

Al centrar su atención en el estudio del texto considerado en sí mismo la crítica literaria desde los años setenta del pasado siglo para acá, ha puesto de manifiesto cuán importante resulta averiguar qué voces se entretejen en la ficción, la constituyen y le dan sentido; a ello se refiere Mijail Bajtin (1991) cuando habla de plurilingüismo, como característica fundamental de la escritura novelesca. Asimismo entre los autores de la segunda mitad del siglo XX resulta bastante frecuente que sean ellos, los propios novelistas, quienes se interroguen acerca de su labor creadora y destaquen el hecho de que se escuchen en sus textos las voces de otros autores más antiguos:
El narrador […] está tomando sustancia para su cuento de otro presente y subterráneo manantial en el que todos bebemos desde temprana edad: el de la literatura existente antes de que él se pusiera a contar y a cuyas resonancias jamás escapa.(Carmen Martín Gaite, 50)

Tal actitud frente a la obra narrativa no era frecuente sin embargo en el último tercio del XIX , cuando los escritores se complacían en resaltar enfáticamente su decidida voluntad de constituirse en escrupulosos notarios del acontecer de su tiempo, lo cual les llevaba a comparar la novela con un espejo que reflejara fielmente la sociedad en que estaban insertos. En este sentido van las observaciones vertidas por Pérez Galdós en su discurso de entrada en La Real Academia:
Imagen de la vida es la novela y el arte de componerla estriba en reproducir los caracteres humanos, […] todo lo espiritual y físico que nos constituye y nos rodea y el lenguaje, que es la marca de la raza, y las viviendas, que son el signo de las familias, y las vestiduras, que diseñan los últimos trazos externos de la personalidad.( Benito Pérez Galdós, 9)
Efectivamente, el autor canario llevó a la práctica tal proyecto con asombrosa eficacia, y su narrativa parece una ventana abierta sobre el panorama social de la época; ahora bien, en la urdimbre de tan vasto tapiz el lector atento descubre algunos hilos que escapan a la estricta voluntad realista del conjunto. Así por ejemplo, la escritura galdosiana ofrece muchos casos de las más variadas estrategias propias de lo que Genette (1989) ha llamado literatura en segundo grado. Es decir, que también en los textos de Galdós se pueden rastrear múltiples referencias literarias de las cuales se sirve para caracterizar a los personajes, para configurar algunas situaciones, o para organizar la materia novelesca.
Entre todas las muy abundantes y variadas resonancias literarias como se aprecian en el amplio corpus narrativo de Galdós son sin duda las referencias al Quijote las que tienen una presencia más significativa. Y es que, para decirlo con palabras de un eminente crítico, el novelista canario
[…] aprendió a novelar leyendo el Quijote. Por mucho que en su obra cuenten los estímulos de los grandes novelistas europeos […] tuvo que regresar a la fuente común para llegar a ser novelista moderno. (Francisco Ayala, 72)

1. Hipotextos cervantinos en personajes galdosianos.
Dejando a un lado las numerosísimas alusiones breves, meros guiños intertextuales al lector, centraremos la atención en la maestría con que el novelista aplica las reminiscencias del texto cervantino al diseño de sus personajes. Bien elocuentes resultan, por ejemplo, la circunstancia de que sean manchegos varios de los numerosos desequilibrados que pueblan el mundo ficcional galdosiano y la insistencia en mencionar, como agravante de su locura, la afición de todos ellos a la literatura folletinesca, tan popular entonces. Así pues la sombra alargada de don Quijote, enloquecido a fuerza de leer novelas caballerescas, se cierne sobre Alejandro Miquis y también sobre su tía doña Isabel Godoy (El doctor Centeno) sobre Tomás Rufete y sus hijos (La Desheredada), o sobre Nazarín en la novela epónima. Las referencias a la obra cervantina como procedimiento para la creación de personajes no se limitan, sin embargo, a don Quijote, ya que también otras figuras del mundo ficcional cervantino han servido a Galdós de falsilla hipotextual.
Extraordinariamente sugestivo a este respecto, me parece el caso de Augusto Miquis, cuyo aspecto y carácter, tal como se describen en La Desheredada, lo convierten en un trasunto decimonónico del bachiller Sansón Carrasco. Tengo la impresión de que, así como el patrón quijotesco subyacente en tantas criaturas galdosianas ha sido advertido con frecuencia, el uso de análoga estrategia hipertextual encaminada a perfilar el diseño del personaje que ahora nos ocupa, ha pasado casi desapercibido, debido probablemente a que ni Sansón ni Augusto son los protagonistas de sus respectivos relatos.
El bachiller Sansón Carrasco cumple una función muy interesante en el Quijote de 1615, ya que su intervención resulta decisiva tanto para el progreso de la historia narrada, como para introducir en ella algunos matices metanovelescos enormemente sugestivos. Comparece por primera vez ante el lector en el capítulo III, si bien ya en el anterior Sancho Panza le había hablado de él a su amo, indicándole que se trataba del hijo de Bartolomé Carrasco, que había estado estudiando en Salamanca y que había traído de allí noticias asombrosas acerca de un libro recién publicado en el que se contaban las aventuras de don Quijote y de su escudero. El narrador lo describe en estos términos:
Era el bachiller, aunque se llamaba Sansón, no muy grande de cuerpo, aunque muy gran socarrón; de color macilenta, pero de muy buen entendimiento; tendría hasta veinte y cuatro años; carirredondo, de nariz chata y de boca grande, señales todas de ser de condición maliciosa y amigo de donaires y burlas (647)
Todos estos datos servirán al novelista canario para armar con ellos la figura de Miquis. Efectivamente, en el primer capítulo de La desheredada leemos que “era un mozo como de veinticuatro años”. A continuación, el narrador indica que Isidora Rufete, la protagonista de esta obra, vio ante ella a alguien dotado de un semblante “pálido y moreno, tan moreno y tan pálido que parecía una gran aceituna” en medio de cuya cara destacaba “la brevedad de la nariz, contrastando con el grandor agradable de la boca”. Se pondera asimismo la propensión del personaje a tomarlo todo a broma, y poco después la muchacha reconoce en el recién llegado“ a Augustito Miquis, el hijo de don Pedro Miquis , el del Tomelloso” (LD, I, 996).
Ahora bien, si el lector recuerda la similitud nada casual entre el bachiller del siglo XVII y el estudiante del XIX sustentada en las cuatro características señaladas por cada uno de los autores –a saber: la apariencia física, el talante, la oriundez y la referencia a los padres de ambos– cuando empiece a leer la segunda parte de La Desheredada advertirá cómo la función encomendada al ya flamante médico debe relacionarse análogamente con la desempeñada por el personaje cervantino en los capítulos tercero y cuarto de El ingenioso caballero y que esta, en los dos casos, consiste en lograr que las historias respectivas ingresan en el terreno de la metaficción. Porque si Sansón Carrasco revela a don Quijote y a Sancho que son protagonistas de una novela, Augusto Miquis se instala en el mundo –supuestamente extra literario– del narrador para proporcionarle noticias de Isidora, a fin de que pueda continuar escribiendo su relato.

2. Referencias a la segunda parte del Quijote presentes en la disposición del discurso.
Los procedimientos de carácter hipertextual le resultan también extraordinariamente rentables a Pérez Galdós cuando se trata de organizar la materia novelesca. En ocasiones la disposición del relato reproduce la estructura itinerante a que responde la de la novela cervantina, así ocurre, por ejemplo, en los nueve capítulos de que consta la tercera parte de Nazarin, destinados a referir las aventuras del clérigo andante desde que salió de Madrid. Los cinco capítulos iniciales dan cuenta del piadoso vagabundeo del protagonista a través de los campos toledanos, tras ello, el cura manchego se detiene brevemente a descansar, aceptando la cortés invitación de don Pedro Belmonte, quien le recibe y agasaja en su finca de “La Coreja” (N. III, 530-539). La relación de lo ocurrido durante esta parada remite a la mucho más prolongada estancia de don Quijote y Sancho en el palacio de los Duques (capítulos 30 al 57 del Ingenioso caballero). Como se recordará, el encuentro con los nobles aragoneses tiene lugar en medio de una animada escena cinegética, a la que se incorporan los protagonistas después de haber atravesado el Ebro. De manera análoga, Nazarín acababa de cruzar un río – el Guadarrama en su caso—cuando se topó con don Pedro quien, como sus modelos del siglo XVII, también estaba cazando. Una vez acabado el convite celebrado en su honor, el curita manchego vuelve al camino, como hiciera don Quijote tras despedirse de los Duques.
Me parecen muy significativas igualmente algunas recreaciones de pasajes concretos del Quijote que se encuentran con bastante frecuencia en las páginas galdosianas. En el capítulo décimoctavo de La desheredada titulado “Últimos consejos de mi tío el canónigo” (I, 1082 a 1083) se transparentan claramente los capítulos cuarenta y dos y cuarenta y tres de la novela cervantina (967 a 979). En ambas textos se parte de una situación análoga: hay un personaje que, supuestamente, está a punto de progresar en la escala social, por lo cual alguien más sabio le amonesta a fin de sepa conducirse de manera adecuada cuando ocupe su nueva posición. Resulta evidente la ironía que preside ambos pasajes pues, si en el Quijote el gobierno de Sancho no fue sino una broma cruel de los Duques, la ficción galdosiana encierra un sarcasmo aún más hiriente, debido a que Isidora conoce los consejos a ella destinados, cuando ya se ha entrevistado con la Marquesa de Aransis , por lo cual la joven, y también el lector, saben que la ilustre dama ha rechazado sus pretensiones y no la reconoce como nieta.
Por último, la escena de la muerte de don Quijote es el reconocible hipotexto de dos fragmentos de otras tantas novelas Ángel Guerra y de Halma publicadas en 1892 y 1895 respectivamente, que ya he estudiado con cierta amplitud en otra ocasión (M.P. Escobar 25-37). Ahora sin embargo, voy a considerar únicamente el relato del final de don Manuel Flórez, según se cuenta en la segunda de ambas (III. 637-638). Y es que, si bien en Ángel Guerra la muerte del personaje puede contemplarse como un reflejo directo de la de don Quijote –ya que los dos personajes se arrepienten de sus quiméricos ideales respectivos– en Halma el narrador presenta los últimos momentos de don Manuel Flórez como una especie abjuración inversa, según explico a continuación…
Recuérdese que el capítulo final del Quijote, titulado “De cómo don Quijote cayó malo, del testamento que hizo y su muerte” refiere este acontecimiento y describe pormenorizadamente las circunstancias en que se produjo. Así se menciona a los deudos que rodeaban al enfermo: la sobrina, el ama, Sancho, bachiller, el cura y el barbero. Ante todos ellos Alonso Quijano, confesó la falsedad de sus quiméricas caballerías, otorgó testamento y por fin “entre compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron dio su espíritu, quiero decir que se murió” (1221). También don Manuel Flórez, como el hidalgo manchego, tras haber hecho testamento y recibido los auxilios espirituales se arrepintió del error en que había vivido, pero este no procedía de haber abrazado ideales irrealizables y disparatados, sino que era consecuencia de la cordura propia de burgués biempensante a que había ajustado siempre su conducta, de todo lo cual se dolía amargamente:
– Nada hice de gran provecho […] Todo pequeño, todo vulgar… No fui bueno, no fui santo, fui… simpático… ¡ay de mí!, simpático. (H, III, 638)
Basten los ejemplos aducidos para constatar la presencia de un diálogo provechoso y continuado entre la escritura narrativa de Galdós y El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha, sirva asimismo para comprobar cómo la vigencia que conserva la narrativa del autor canario se debe en buena medida a su maestría en el uso de los procedimientos propios de la literatura en segundo grado.



Obras citadas.
1. Todas las citas del Quijote se han tomado de la edición del Instituto Cervantes, dirigida por Francisco Rico en 1998 y a ella remiten las páginas consignadas entre paréntesis.
2. Las citas de las novelas de Pérez Galdós proceden de los volúmenes I (1981) y III (1982 ) de las novelas en la edición de las Obras Completas de Aguilar, y entre paréntesis indico la inicial de cada título y la página correspondiente.
3. Ayala, Francisco, La novela. Galdós y Unamuno. Barcelona, Seix Barral,1974
4. Bajtin, Mijail, Teoría y estética de la novela. Madrid, Taurus, 1991
5. Escobar, María del Prado, “La sombra alargada del Quijote en las Novelas Españolas contemporáneas” en Actas del VIII Congreso Internacional Galdosiano. Cabildo de Gran Canaria, 2009
6. Genette, Gérard, Palimpsestos. La literatura en segundo grado. Madrid,Taurus, 1989
7. Martín Gaite, Carmen, El cuento de nunca acabar. Barcelona, Círculo de Lectores, 1994
8. Pérez Galdós, Benito, “Discurso del Sr. D. Benito Pérez Galdós” en Discursos leídos ante la Real Academia Española. Madrid, Estudios y Tipografía de la viuda e hijos de Tello, 1897




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